miércoles, 16 de agosto de 2017

EL SUEÑO QUE EL HOMBRE SOÑABA

El hombre se revolvía en la cama desde hacía un rato, sin embargo cuando la mujer encendió la luz del velador vio que dormía. No era un ronquido lo que emanaba de la boca del hombre, eran vibraciones de sus deseos. El hombre soñaba.

La mujer bebió del vaso de agua que estaba al lado del velador, luego apagó la luz y volvió a taparse, se ovilló junto al hombre, cerró los ojos y enseguida entró en el sueño que el hombre soñaba. Ahora la mujer se movía en la cama como también lo hacía el hombre, compartía el sueño del hombre. El cuerpo del hombre estaba caliente cuando la mujer entró en su sueño, y se mantuvo así mientras ella seguía a su lado durmiendo y soñando el sueño del hombre.

El hombre soñaba una montaña, pisaba rocas, resbalaba. Un perro ladró y cuando el hombre lo escuchó ladrar, no supo si era su perro o un perro del sueño que soñaba. La mujer en cambio no tuvo dudas. Era el perro del hombre que por las noches soñaba ladrones en el patio de la casa. Los minutos pasaban rápidos en la habitación y los segundos pasaban lentos en el sueño del hombre.

El hombre sabía que la mujer andaba por los rincones de su sueño, y un resabio de algo que no lograba mensurar lo intrigaba. La mujer que estaba pegada al hombre en la cama fuera del sueño, esperaba que el hombre la encontrara dentro del sueño, sin embargo el cuerpo caliente del hombre era frío en el sueño. De pronto el hombre tiritó en el sueño y tembló con espasmos en la cama haciendo salir a la mujer de su sueño.

La mujer sentada en la cama al lado del hombre que soñaba sintió tristeza. El aire de la habitación era frío y miró el despertador. Todavía faltaba una hora para levantarse. Intentó soñar pero no podía ingresar al sueño que el hombre soñaba. Era como si el sueño, o el hombre, o tal vez ambos se hubiesen marchado de la habitación.

Afuera el perro volvió a ladrar ladrones.

martes, 25 de julio de 2017

¿despertar? ¡despertar!

Desocupados - Antonio Berni
La cosa es más o menos así. En el momento menos pensado te cae como un piedrazo un pensamiento brillante. Pero esto precisamente ocurre cuando todavía estás un poco dormido. O quizás puede ser que estás demasiado cansado y durmiéndote mirando el techo en medio de la lúdica oscuridad de tu pieza y sonreís estúpidamente. Nadie puede verte y la atmósfera donde estás sumergido contiene cierta extrañeza, no hay sonidos, el tiempo pasa, eso es casi seguro, hay cierta certeza de que los minutos corren, pero vos estás regido por otras leyes que modifican la realidad, tu duermevela se parece mucho a dos personas que están haciendo el amor, y lo sensorial es estupendamente  placentero. Cómo explicarlo. Hay lucidez y entrega, relajación y claridad, pero basta un instante para que todo se escabulla como una brisa rápida y esquiva y te quedes ahí acostado, sentado o de pie sin saber que hacer, como si alguien hubiese hurtado un momento feliz de tu vida. Hay algo de melancolía y desasosiego en tu forma de esperar encontrar lo que tenías hasta hace solo un momento. Pero finalmente comprendés que no vas a poder dar con ello, y como un chico que esperaba un tren eléctrico y ha recibido una caja de lápices de colores, suspirás y mirás a nadie, porque estás solo con tu tristeza y vas a lavarte la cara. La puerta cruje un poco cuando se cierra confirmando que todo se ha perdido en algún lugar de tu cerebro, que cada ruido que escuches, que cada palabra que digas, que cada acción que ejecutes son pasos ineludibles que te alejan y distancian de aquello que te hacía sonreír tontamente sin saber que era. Y  cuando te mirás al espejo y ves a ese hombre con el pelo revuelto, la cara marcada todavía por los pliegues de la almohada y los ojos muy abiertos, pensás que es otra piedra que cae haciendo ruido, una piedra que no trae nada brillante, sino una que hay que llevar a trabajar dentro de un rato, una piedra que saldrá como otra mochila que llevás al hombro, que esperará en el andén una formación de trenes a la que pueda subirse, una piedra que será empujada y que empujará a su vez, una piedra que intentará buscar un mínimo espacio entre los codos, las carteras y las mochilas, las panzas y los brazos, una piedra que no tiene forma de piedra pero que es dura e indiferente a tu persona.

sábado, 17 de junio de 2017

LA NOCHE ESTRELLADA

"La noche estrellada" de Vincent van Gogh

Anoche se puede decir que me desmayé en la cama mientras leía. Hubo un momento en el que me recuerdo despierto, y después nada. Hay olvido, cierta confusión y un precavido dolor en la nuca debido a la posición en la que me dormí, las almohadas una sobre la otra, el cuello exigido y torpe en una torcedura contra el cabezal de la cama. Fue como una sorpresa encontrarme así, mirar el reloj y darme cuenta que eran las dos de la madrugada. No  fue una buena noche, aunque tampoco podría decir lo contrario, fue más bien una noche diferente. Recuerdo trozos del sueño que tuve y en el que estabas. Es que ayer pasé  por donde vivías, y quizá todavía vivas. Perdí la cuenta del tiempo que hace que no te veo, perdí también parte de los rasgos de tu rostro, evito buscarte en las redes sociales, prefiero el recuerdo, la imagen que construí de vos, la de aquella risa  y el color de tus ojos, el abismo celeste que se encendía cuando lográbamos encontrarnos íntimamente.
Caminé por la Avda. de Mayo contento, en realidad me llevó la necesidad de conseguir una medicina que solo parecía encontrarse en una farmacia de esa zona. Me hallé sonriendo tontamente ante la paradoja de ir a buscar una droga y descubrir que esa droga solo se hallaba donde vos vivías. En el sueño conversábamos y a medida que lo hacíamos yo descubría con tristeza la distancia de tus palabras y la de tus movimientos, olvidé como fue la despedida. Hubiese deseado que en ese sueño al menos hiciésemos el amor, hubiese querido cruzarme con vos en aquellas cuadras, que me salieras al paso, te imaginé charlando en una mesa de los tantos cafés y bares de la avenida mirando lánguidamente por la ventana. Recordé a la Maga y a Oliveira de Cortázar, "... Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos...", sin embargo cuando me fui a tomar el tren y regresar, un chico tocaba una melodiosa música con su bajo sentado en un banco de la estación, y en lugar de nostalgia y tristeza, sentí un placer extraño que se parecía mucho a la tranquilidad, y me sentí a gusto ahí de pie yéndome y a la vez no.
La realidad del tren con sus ruidos, olores y empujones no logró quitarme esa sensación, ya ves, ni a la noche que soñé contigo, ni hoy en esta madrugada mientras escribo y aún sabiendo que otras manos habrán bailado con tu cintura y que tal vez otro cuerpo habrá dormido junto al tuyo. Ninguna cosa que piense o imagine logra evadirme de ese dulce recuerdo, ya ves, y me pregunto porque será, y recuerdo que estaba la noche estrellada.


domingo, 4 de junio de 2017

FLORES Y CORONAS PARA ANA MARIA

Cercanos al día del escritor aprovecho para contarles y compartirles sobre lo que estoy escribiendo.
Hacia finales del año 2015 a mamá le diagnosticaron un tumor en el hígado, el doctor nos dijo que se iba a morir, recuerdo el momento. Era una mañana con mucha luz natural colándose por los ventanales del hospital. Estábamos en el pasillo cerca de la habitación de Ana María, y cuando el doctor comenzó a hablar mi hermana se fué con la excusa de ayudarla, no quiso escuchar. Unos meses dijo el doctor, había algo que hacer, nada, medicada y entubada quizás prolongarle la vida algún mes más. Pensé que lo mejor era que volviera a su casa, mi hermana estuvo de acuerdo. Y así transcurrieron casi diez meses del año 2016 hasta que en octubre Ana María falleció. Durante ese tiempo la tristeza por momentos se alargaba y luego remitía, yo andaba agotado física y mentalmente, los viajes entre Buenos Aires y Bahía Blanca, la incesante y necesaria rotación de las enfermeras. El avance de la enfermedad le iba paulatinamente minando las fuerzas y las libertades del cuerpo hasta casi postrarla, mientras la mente perseveraba ágil e inteligente y reptaba por crucigramas y montones de novelas, hasta que hubo que aumentarle la dosis de medicamento por los dolores y le afectó la vista, y los ojos se le escaparon del centro habitual y comenzó a usar anteojos oscuros. Pero Ana María no se doblegaba, para ella eran circunstancias que había que superar, e increíblemente las superó. Disfrutamos de extensas conversaciones pero también de mansos silencios. Mi familia también pudo cada uno a su manera estar con ella, y en esos momentos yo “espiaba” desde un lugar de privilegio como Ana María se alegraba y pensaba cómo podía ser posible, porque ella tenía que saber que tenía fecha de vencimiento. La otra parte de la historia de esta novela que estoy terminando tiene que ver con mi hermana, que siempre vivió con Ana María, y que no pudo formar una familia o encontrar su independencia. Ella perdió muchas cosas con la muerte de mamá, y la soledad comenzó a hacer mucho ruido en aquella casa de calle Casanova al 500 de Bahía Blanca, y entonces hubo que internarla. De esto hace casi tres meses. Nos vemos seguido, voy a la clínica, charlamos casi siempre de los mismos temas mientras tomamos unos mates. Ella todavía no puede salir libremente. Sé que la recuperación de mi hermana va a ser lenta y he comenzado a aceptar la vida como viene dándose, es mucho el esfuerzo algunas veces por sonreír. 
FLORES Y CORONAS PARA ANA MARIA, título de la novela que estoy terminando, tiene que ver con una imágen, que fué la ausencia de las flores y de las coronas habituales que suele haber en los velorios. La escritura es mi objetivo diario, ver el cursor titilar en la pantalla, o el cuaderno apoyado en la mesa, el teclado o la birome aguardando, los momentos en blanco suelen ser muchos, pero cuando el teclado realiza su característico ruido o la biorme garabatea el cuaderno, se respira, cuando se termina esa página o acaso unos pocos renglones y cierro el archivo o guardo el cuaderno, me siento mejor y soy además un poco feliz. Por eso celero el día del escritor desde estas palabras y para ser compartidas.
(extracto) La mañana que llevan a Ana María al cementerio hay sol y sopla el viento. Cuatro hombres pulcramente vestidos ingresan al ambiente donde nos encontramos, apenas son las nueve. Se detienen a solo unos pasos del cajón y nos miran. Yo los miro y luego miro a mi alrededor. El silencio de los que ahí estamos es tangible, alguien tose para romperlo y de alguna manera asiento con un pequeño gesto de la cabeza al grupo de hombres. Entonces un par de ellos salen y vuelven con la tapa del féretro. Miro a mamá que parece dormir, hay serenidad y una sonrisa suave en su rostro de cera. Miro los zapatos lustrados de los hombres, los trajes oscuros, sus moños color morado. Los hombres se ubican cada uno en un extremo y colocan la tapa. El líder del grupo mira a su alrededor, recoge el único ramo de flores que hay y lo coloca sobre la madera lustrada. Salen. La rapidez con que han hecho todo ni siquiera nos da margen para la lágrima, mientras advierto que a partir de este momento solo voy a verla a mamá en las fotos.

viernes, 12 de mayo de 2017

CULPA


Es inevitable volver a los hechos pasados, a pensar, a recordar, a buscar motivos, y a no encontrar respuestas.
Es inevitable sentir culpa, y después de sentirla, de decir hice todo lo posible, después de intentar convencerte, no poder lograrlo.
Con mi hermana charlamos cada vez más, también eso es inevitable. Antes nos veíamos una vez al mes, en ocasiones menos, ahora nos vemos cada dos días. Las charlas se desarrollan sin riesgos buscando la temática de siempre, que hiciste, como estás, que hay de almorzar o que comiste según sea la hora de la charla. Las otras internas pasan delante de nosotros y me miran, algunas que ya me conocen me saludan, también me saludan las enfermeras y los administrativos de la planta baja.
Es inevitable sentir culpa cuando mi hermana me dice Dani no aguanto más, acá de a poco me estoy muriendo, y entonces pienso en uno de aquellos días en los que me gritaba su locura y los ojos se le volvían negros como los de las películas de terror y me escupía “estoy loca”.
Es inevitable sentir culpa cuando me iba de Bahía Blanca, y les decía vuelvo en dos semanas.
La vida a pesar de todo sigue, algunas veces me molestan las risas de la gente, otras veces esas risas son la cuerda para salir de esta culpa.
Ya no me sirven las palabras amables, los gestos de apoyo, y que quizá después de mucho andar la obra social pague lo que no quiere pagar, no me sirve que me digan que hice mucho más de lo que cualquiera podría haber hecho viajando durante año y medio a Bahía Blanca cada dos semanas, acompañando a Ana María, tolerando los estados de ánimo de mi hermana, viendo a una ir muriéndose poco a poco, y viendo a la otra triste a veces, eufórica otras.
Nada me sirve, la culpa sigue ahí incluso cuando entro con ella a terapia para abandonarla, incluso cuando salgo de la sesión pensando que ya no la siento. La culpa está, es mía, es de ella, es de nuestros padres, ¿seremos la culpa de nuestros hijos?
Es inevitable sentir culpa. Así me siento, culpable, luchando contra ese sentimiento y esperando el llamado del Doctor que me diga que ella está mejor y que después de dos meses va a poder salir unas horas.

Así me siento, aguardando que la culpa me abandone. Convencerme que hice lo que pude y no deseando estar pasando por lo que estoy pasando. Culpable de que mi hermana esté cuidada pero encerrada, y yo, libre pero también de alguna forma encerrado. Y escuchándola ayer y quizá hoy diciéndome: “Vivo porque vivo. Mi vida no tiene sentido”.

miércoles, 19 de abril de 2017

UN MUNDO FELIZ


Me gustaría escribir otra cosa, pensar en otra cosa, hablar sobre otra cosa. Pero no puedo. Me paso contando los días, las semanas, y los meses. Desde que Ana María se murió pasaron tantos meses. Desde que mi hermana se volvió loca pasaron tantas semanas. Relaciono una muerte con otro tipo de muerte, la muerte de la normalidad de mi hermana. Voy tres o cuatro veces por semana a la clínica psiquiátrica donde mi hermana se encuentra internada. Estoy un rato con ella, siempre tomamos mate, la escucho, cuenta poco, a mí me cuenta poco, pero cada tanto libera en palabras ese mundo terrible que la acosa mientras otra interna de la clínica se va desnudando delante de mí sin que nadie la mire, sin que nadie la vea, ella hace un desnudo solo para mí, eso veo en sus ojos mientras a mi lado mi hermana habla y habla ajena a lo que ocurre. Este es parte de mi nuevo mundo. El beso de otra interna que tiene retraso mental. La sonrisa lasciva de otra que abre mucho los ojos. La mujer del labio caído. Un mundo enfermo. Un mundo triste y sorpresivo que no se cansa de golpear mis pensamientos y mi descanso, que tensa mis músculos y deforma mis palabras y me obliga cada tanto a correr con furia. Otra cosa es lo que preciso. Creer que todavía puede ser posible recuperar ese andar mío con pausas y sonrisas, mirando a la gente que va y que viene por la ciudad, sonreír con las lecturas que descubro y que no me han abandonado, y detenerme a sacar fotos que necesito mirar una y otra vez y compartir con quién quiero, volver a ser yo, besar y amar, soñar. Otra cosa, saber que en algún lugar, en algún momento todo va a terminar. Vivir un poco mejor. No así. Vivir un mundo feliz.

jueves, 30 de marzo de 2017

HACE 35 AÑOS

Tomo esta foto con la que acompaño el relato de hoy mientras voy camino del trabajo. Casi siempre me bajo del colectivo unas cuadras antes porque me gusta caminar. Mi trabajo queda cerca de la Plaza de Mayo, cruzo por el frente del asentamiento de mis ex compañeros de 1982, un poco más adelante y enfrente, las paredes de granito del Ministerio de Economía muestran los rastros de la revolución del 55. La fachada de la Casa Rosada observa indiferente.

Hace 35 años mi abuela vivía y cada tanto almorzaba con ella en el intermedio de las clases de la universidad. Yo estudiaba en la Universidad Nacional del Sur (en Bahía Blanca) la carrera de Ingeniería Civil. El año anterior había hecho el servicio militar y me habían dado la baja recientemente, lo pasaba bien estudiando y en ese entonces estaba de novio. El primer recuerdo que tengo de aquella guerra es el de unos compañeros conversando en la clase del profesor Romanelli, decían que habíamos recuperado las islas Malvinas y había cierta euforia en sus palabras. El día 6 de abril a medianoche, un soldado tocó el timbre de casa, la  nota que me entregó decía que tenía que presentarme al día siguiente en el batallón donde había hecho la colimba. Me presenté y no volví a mi casa hasta bastante después de finalizada la guerra, corría el mes de julio de 1982.

Todo es historia en estas pocas cuadras alrededor de la Plaza de Mayo, como el asentamiento de los ex combatientes, como yo caminando por acá el día de hoy, como los agujeros en el granito del bombardeo del 55.
Mi abuela murió y yo la recuerdo con afecto y cariño. Me recibí de ingeniero y también recuerdo esa época de estudio con alegría y satisfacción.

Mis ex compañeros de 1982 como yo formamos parte de una guerra. Así nos recuerdo. Así quiero que nos recuerden. Han pasado muchos años desde aquella época, creo que ya es tiempo de que así sea.

miércoles, 22 de marzo de 2017

EN LA GUARDIA DEL HOSPITAL PENNA


El tiempo está demorado en las caras dormidas de la gente, y también se detiene en el silencio del pasillo durante la madrugada. El tiempo no pasa acá en la guardia psiquiátrica del Hospital Penna.
Pareciera que hasta las urgencias y los accidentes dejaran de ocurrir, ni siquiera los ronquidos de Sergio o sus gritos cuando está despierto, ni siquiera el andar minúsculo de la señora Castro escapándose con su bolsito de mano por la puerta principal mientras los guardias toman mate, ni siquiera la presencia del psiquiatra modifica las cosas.
Mi hermana gira y gira en la cama y cada tanto me pide agua y dice que la van a asesinar si se duerme. Quién podría dormir así. Sergio en la habitación de al lado aporrea el tabique mientras mi hermana sigue dando vueltas en la cama. Dormite que son las tres de la madrugada!, le exijo, le grito con mi agotamiento, con mi nerviosismo, con mis ganas de no estar ahí al pie de su cama viéndola decir cosas que no tienen sentido, viéndola que no puede abrir los ojos por la medicación, viéndola ir al baño apoyada en mí. Dormite!, vuelvo a gritarle.

Hay dos realidades, la de ella  en la que unos hombres la persiguen y quieren matarla, y la mía que tengo que reflexionar para estar seguro de cuál es la verdad, de qué está ocurriendo. Sin embargo hay una consecuencia común en ambas realidades, quién podría dormir así. Quién.

martes, 21 de febrero de 2017

HORMIGAS

dibujos de Franz KAFKA

En esta ocasión fueron las hormigas. Llegaron a la casa esa semana de lluvias anticipándola y sobreviviéndola. Las vimos andar en el frente de la casa con frenesí, no iban en fila ni llevaban pedacitos de hojas, andaban en círculos como indecisas, erráticas como el vuelo de las golondrinas. Después me puse a pensar que tal vez no fue la semana de largas lluvias quién las trajo sino mi hermana. La estadía de mi hermana en la casa coincidía con las lluvias. En el vivero cuando preguntamos no supieron que recomendarnos para eliminarlas, al final trajimos el veneno de siempre. Cuando comenzaba a caer el sol poníamos la medida de una tapita en el envase del pulverizador y agua. Era la hora en la que las hormigas como mi hermana enloquecían un poco. Las hormigas giraban en círculos de diferentes tamaños. Mi hermana volvía sobre los mismos temas. Que era muy inteligente, que la reconocían por la calle, que a mamá la habían asesinado. El veneno era efectivo para las hormigas, pero eran tantas que aunque montábamos guardia como en el servicio militar, cansados nos dormíamos y las hormigas como mi hermana volvían a las andadas. La lluvia negra del veneno las contenía un tiempo como también el sueño a mi hermana. Las madrugadas dejaron de pertenecerme, me levantaba para leer y para escribir y sobre la mesa de la cocina encontraba siempre un par de hormigas y a mi hermana en el living con la mirada fija y susurrando. Esos días de lucha contra las hormigas nos íbamos a la cama agotados, pero no dormíamos bien, el sueño se nos daba de a pedazos y cuando algo nos despertaba salíamos al pasillo alterados para ver si había hormigas y si la puerta de la pieza donde dormía mi hermana estaba cerrada. Al tiempo seguían las tormentas y la humedad resultaba insoportable y por teléfono nos llegaban sus gritos y los reproches, pensábamos que estaba por volverse loca.

Amanece mientras escribo estos acontecimientos que iniciaron cuando mi hermana llegó a la casa y no terminaron cuando se marchó. Las cosas feas que pasaron ese día y los siguientes resultaron angustiantes, y sentimos alivio cuando las hormigas dejaron de girar en círculos, no obstante si bien el veneno resultó ser muy eficaz, todavía sospechamos de algunas hormigas que se asoman con precaución y timidez cuando la casa apaga las luces y van dejando sus cadáveres por ahí, en mesas y en sillones.

martes, 24 de enero de 2017

FLORES PARA ANA MARIA


Ana María tuvo que aprender a ser cuidada, no cuidadosa, sino a ser cuidada por otros. Un poco antes de que le dieran el alta a mamá nos pusimos con mi hermana a conversar sobre cuál era la manera más apropiada para cuidarla. Hicimos los contactos telefónicos pertinentes y el sábado en la mañana fue el día para definir como iniciar la semana. Vinieron tres mujeres. Una muy joven, una muy vieja, y Eva.
Nos inclinamos por Eva que parecía saber de cuidar a gente mayor con movilidad reducida o sin ella. Decía ser enfermera y venía recomendada. Después, cuando mamá y mi hermana la echaron, cada una aduciendo motivos diferentes, nos enteramos que también la habían echado hacía tiempo quiénes la habían recomendado. Nos preguntábamos como habían podido omitir un detalle tan importante.

Tengo el único ramo de flores en la mano, ni siquiera sé como sostenerlo. Los cuatro hombres me miran, esperan para comenzar a tapar el pozo. Formamos una hilera de personas discontinuada por las diferentes tumbas, miro al piso haciendo algo de tiempo mientras me pregunto que se hace en estos momentos, decir unas palabras, rezar, llorar, mantener la cabeza gacha. Doy un paso adelante y el que parece estar al frente del grupo de hombres extiende su mano y aprovecho a darle el ramo que deposita sobre el cajón.

Ana María me cuenta que Eva la mandongueaba cuando estaba internada en la clínica, pero me lo dice cuando ya han pasado casi dos meses y Eva sigue viniendo a casa todavía para cuidarla. Mamá lo comenta sin pasión. Cuando mamá habla de estas cosas, de las que le han sucedido, el quiebre de la cadera, las caídas en la calle, la internación, lo hace sin dramatismos pero con convencimiento, ella es así. Eva entra a la cocina y como si nos hubiéramos puesto de acuerdo ambos nos callamos. Eva nos mira como esperando una palabra o un gesto, algo a lo que colgarse de la conversación que hemos interrumpido, pero nosotros hacemos silencio y ella sale.


Por unos instantes todos parecen esperar que yo haga algo, me viene a la mente lo que ocurre en las películas, por ejemplo tomar un puñado de tierra y tirarlo sobre el cajón, la tensión que se genera por mi falta de acción parece ser el disparador para que los hombres comiencen a palear sobre el cajón, lo hacen con cierta furia, en unos momentos se llena el pozo y un montículo queda sobresaliendo del nivel alrededor de la tumba. Así va a quedar unos días, para que se asiente me dice el que lidera al grupo, luego un albañil va a volver a colocar la lápida en su lugar. Vuelve un instante incómodo, entonces los hombres recogen sus herramientas con disimulo no queriendo molestar a los deudos  y se marchan, pienso que tal vez van a seguir enterrando gente.