jueves, 17 de noviembre de 2016

LA ULTIMA VEZ QUE MAMA SE ENOJO CONMIGO



La muerte reciente de mamá me hizo acordar de la última vez que se enojó conmigo. La muerte hace estas tretas. Ella todavía caminaba bastante bien, solo se había quebrado una de las caderas y no necesitaba el bastón. Estábamos tomando mate en la cocina cuando entró mi hermana.
-  Dani, miré el resumen que me mandaste el otro día, dice mamá que hay un error. Eso dijo mi hermana y se fue a hacer no sé que mandado.

Me corté un pedazo de queso y esperé que Ana María dijera algo. Pero no dijo nada. Los mates iban y venían y el agua se estaba enfriando, también se estaba por acabar. Me puse de pie y dije, restándole importancia al comentario de mi hermana. La televisión estaba encendida pero sin volumen.
Siempre me dice lo mismo, que me equivoco, que hago mal las cuentas.
Eso fue lo que dije, dando por sobreentendido que mamá estaría de acuerdo conmigo.
Cuando habló no podía verme ni yo a ella, nos dábamos la espalda. Ella miraba hacia el patio y yo estaba de pie queriendo prender una hornalla de la cocina para calentar más agua, masticaba todavía el pedazo de queso.
Daniel, dijo e hizo una pausa. Algo se removió en el recuerdo.
Mamá jamás me llamaba así, siempre fue Dani, o hijo, o cualquier otra cosa. Tuve que tirar el fósforo porque casi me quemo los dedos. Encendí otro y puse la pava al fuego. Ella habló.
Tu hermana tiene razón. Por una vez se la tengo que dar.
El tono de voz era distinto, provenía de un lugar que yo no le conocía a mamá. Las vocales marcaban una cadencia de molestia, cierta desazón. Pensé que podía ser que me hubiera realmente equivocado en las cuentas.
Está bien mamá, voy a revisarlo luego, dije.
Hirvió el agua, tiré la yerba vieja, puse la nueva, humedecí el primer mate, esperé que las burbujas del agua descendieran perdiéndose en la calabaza, chupé aire y agua, volví a sentarme al lado de mamá.
No son las cuentas hijo. Es la forma en que le escribiste. Ese es el error que le mencioné a tu hermana. Dijo mamá.
Ana María no estaba enojada, más bien estaba un poco triste o nostálgica, o ambas cosas. Agregó después:
La matemática nunca falla. El afecto con el que decimos o escribimos algo debería ser más matemático que humano, me dijo,  y siguió mirando hacia el patio.