martes, 17 de mayo de 2016

ATILIO ROSSI 1


El fresco de la sombra le produjo placer y el adormecimiento repentino lo invadió como un enjambre de abejas furioso y sorprendido en una tarde de verano. Durante esos momentos, escasos segundos de la vida diurna, Atilio Rossi volvió a ser un chico de pantalones cortos corriendo detrás de una pelota de fútbol en el barrio La falda de su ciudad natal. Jugaba de siete y en algunas ocasiones de nueve. Se le daba bien la búsqueda de la pelota en los centros o las corridas mano a mano con el zaguero que fuera, en algunas ocasiones cruzaba toda el área y sorprendía a los defensores que desorientados un poco por los gritos de atención del arquero perdían preciosos segundos en advertir que Atilio Rossi ya corría con pleno dominio del balón hacia el arco entrando en el área. 
El bocinazo de un taxi que circulaba detrás de un camión de reparto arrancó a Atilio Rossi de la posible conquista en el arco rival, y por unos momentos no supo si patear o tirarse al piso de la bronca. Él había perdido la oportunidad de convertir y ella seguía sin aparecer. Pero se equivocaba Atilio Rossi porque la mujer, sin que él pudiera advertirlo había comenzado a doblar la esquina que había dejado de mirar. Los zapatos negros y sin lustrar, tampoco se había afeitado y el olor a sudor que sentía dentro de la camisa lo acaloró un poco más, maldijo. Fue en ese momento de confusión que la vio venir. 
Habían ganado aquel partido y cuando terminaron, un hombre con saco y corbata, un señor diría su mamá, se le había acercado para preguntarle como se llamaba y donde vivía. Atilio Rossi criado en la crudeza de las calles de tierra de un barrio sencillo de familias tradicionales lo miró y no le contestó. El hombre –señor- dejó caer una sonrisa comprensiva y le deslizó un papelito sin decirle nada, tras lo cual se llevó la mano a un ala invisible de sombrero que a Atilio Rossi le pareció extraño y se fue cuesta abajo, hacia el centro de la ciudad por la calle Sarmiento.