martes, 3 de noviembre de 2015

VIDA INTERIOR


Decidió que si el sonido volvía ahora, sería un pájaro carpintero. No era común verlos, sin embargo el domingo que festejaron el aniversario habían visto uno encaramado a una gruesa rama del eucalipto. Era un pájaro hermoso y extraño. Cayó en la cuenta que de chico le gustaba ver a “Loquillo” el Pájaro Loco, y tuvo que admitir que alguna locura o si se quería alguna desviación del comportamiento natural de las aves había en esa tozuda actividad de picotear con vehemencia los troncos.
Pero el martilleo no volvió. Quiso creer que aquel ruido cadencioso que sintió sobre el techo también podría haber sido una rama del fresno movida por el viento. El árbol había crecido demasiado y él, habían discutido con su mujer, dijo que ya no lo podaría y si las raíces levantaban la vereda pues la harían de nuevo. Pero no había viento ni antes ni ahora que podría haber producido aquel movimiento de ramas.
No quería darle cabida en su pensamiento a la tercera y última opción. Un tipo. Un ladrón. Un intruso. Esperó. El perro a su lado estaba tranquilo. Y si salía al patio con el perro, y si dejaba que el animal recorriera el patio mientras él, de pie en el umbral, aguardaría el andar del perro. Conocía el lenguaje del perro, al menos, se dijo, estos animales eran honestos y transparentes. Auténticos. Viéndolo correr las palomas y los gorriones, o saltando tontamente hacia los bichitos que gozaban del sol, capaz que descubría alguna extrañeza, y quizás soltara un gruñido.
Pensó que a esa hora de la mañana, apenas eran las siete, nadie podía estar arreglando un techo. En un domingo, en aquel barrio de clase media, era posible, pero aun así era todavía muy temprano.
El ruido seguía sin volver, y suspiró con cierto alivio. El perro anduvo por todo el patio disfrutando su libertad, jugó con su “palo”, no se le notó sobresalto alguno, y corrió a las palomas que picoteaban aquí y allá. Todo estaba hermosamente feliz y luminoso y los pájaros de los árboles  trinaban a rabiar. Entró en la casa.
Cuando ocurrió lo que ocurrió, los pájaros seguían gorjeando. El perro iba hacia él, y él, de pie otra vez en la puerta, estaba demorado  en el umbral, esa frontera entre el exterior y el interior. Lo vio venir con su andar ladeado, pero grácil y atlético. El perro parecía contento de ir hacia él.
Cuando el animal estuvo a unos pocos metros, y él se preparaba para entrar definitivamente, ya un pie, el izquierdo dentro de la casa, el ruido del techo volvió sin que el perro pareciera darse cuenta de aquello, porque siguió andando hacia él con su tranco torcido y se introdujo alegre y torpe en la cocina, sin que él pudiera impedirlo. Cerró la puerta, que casi fue un portazo, y se quedó ahí de pie, esperando, una vez más.
Miraba al perro, y el perro lo miraba a él como siempre hacía. La cola del perro se balanceaba a los lados del peludo cuerpo, acostumbrada a ese diálogo silencioso, donde algunas veces él le hablaba, mientras el animal, las orejas erguidas y tensas, ladeaba la cabeza, como intentando escucharlo mejor, y la cola siempre en movimiento.
Buscó en el perro encontrar una respuesta al ruido que seguía escuchando en su cabeza, afuera, en el techo, el pájaro, una rama, o un ladrón. Sin embargo, el perro, nada manifestó. Tenía esa cara de estúpida fidelidad hacia él, el hombre que lo alimentaba y ocasionalmente lo llevaba a dar una vuelta por el barrio para que cagara y meara fuera de la casa.
Molesto y asustado, mandó al perro al patio a que hiciera su trabajo de guardián. El ovejero salió manso y obediente, y pareció no comprender porqué lo hacían salir tan temprano. Lo vio desde la ventana quedarse parado en el medio del patio, como una persona que desorientada, no recuerda que la llevó hasta ahí. El animal fue hacia la izquierda, meó en el pino y continuó hasta la medianera. En ese lugar lo perdió de vista. La ventana estrecha, le impedía seguir el andar de la bestia. Dentro de la casa descubrió que un dolor de cabeza pugnaba por conquistarlo, cuando el taconeo surgió desde el patio. Ya no pudo deducir si era en la vereda, o era en el techo.
La puntada fue potenciándose en la pelambre de la nuca hasta formar un núcleo sólido e incómodo que, al mover el cuello hacia ambos lados pareció quebrarse emitiendo un chasquido. No vio al animal cuando miró por la ventana, no lo escuchó ladrar y tampoco gruñir. El perro podría haberse echado en alguno de sus sitios favoritos para dormir. Los trinos volvieron como un ruido inesperado. El motor del bombeador de agua dejó de funcionar en el mismo momento, y su pensamiento flotó huérfano e ingrávido, en una zona remota de la mente. Cuando se sentó, tenía un cansancio infinito. El frío de la mañana afuera.El dolor en la espalda adentro. Estaba sediento pero sin ánimo suficiente para levantarse a buscar un vaso de agua.

Afuera el cielo que le mostraba la ventana iba limpiándose de nubes y, los pájaros dejaron de cantar. La cara de un hombre encuadrada por la luz del día, se asomó por la misma ventana que le traía el cielo. El intruso intentaba ver la posible vida interior de la casa, pero el reflejo del sol se lo impedía. Estúpidamente se sintió a salvo y sonrió. Mientras veía como la puerta se abría, volvió a sentir el martilleo en su cabeza.