domingo, 11 de enero de 2015

DETALLES EN LA VEREDA

"En la página 101 leo: "La ambulancia llega enseguida.", y no puedo seguir.Cuando empiezo a escribir, sé que en un rato voy a pasar por Haedo, que voy a intentar acercarme a la casa donde vivió Herminia. Hoy hace mucho calor en Buenos Aires, cuántas veces me transpiré desde que salí en la mañana temprano, dos, tres, ¿cuatro? 

Hacía un calor pastoso cuando bajé en la estación de Haedo, fuí hasta el cruce a nivel y por Fasola me dirigí hacia el barrio de tía Herminia. Camino por barrios de casas bajas y avanzo haciendo zigzag por las calles, atravieso la placita de Rubens y Defensa que tiene un recuerdo especial para mí, por momentos camino por las veredas, por momentos voy por la calle. El sol está vertical y escasean las sombras, el verano está en su apogeo y pocos coches circulan. La gente no anda por la calle a estas horas. Antes de cruzar Gaona me llama la atención la cantidad de casillas de vigilancia que encuentro, cuento no menos de cinco. En la cuadra donde vivía Herminia hay una en cada esquina y no puedo evitar recordar que en la novela se cuenta que quedaba la puerta abierta del único vecino que tenía teléfono. Me sorprende en esta parte de la ciudad la cantidad de dúplex construidos, aunque luego de cruzar Gaona algo pasa, o algo me pasa. El barrio parece cambiar un poco, quizás sean los árboles que yo encuentro más altos, o quizás sean algunas esquinas, las casas, o algunos negocios que yo veo más viejos y comienzo a fantasear en que quizás ya estaban cuando Herminia vivía. Llego a la calle Marcos Paz por Gelly Obes y sobre esta última veo el cartel de la Farmacia González. Sonrío con la decoración de unas baldosas en la vereda, un hombre sale de una casa, yo voy con el celular en la mano, y cuando me detengo para sacar una foto me siento en falta, me siento incómodo, tengo temor a que alguien esté espiando mi andar en este desierto de ciudad y de sol. Una señora viene en sentido contrario, no la miro, no me mira, quiero evitar incomodar. Saco otra foto a una pintada en un muro: “Aún tengo al sol para besar tu sombra”. En la última esquina el guarda de la casilla de vigilancia mira su celular, paso a su lado, y presto atención a la numeración, creo, quizás me equivoque que los números pares están a mi derecha, me confundo, así que cuando paso por el frente de la casa no la veo. Retorno sobre mis pasos y busco la casa, me ubico en el medio de la calle para verla bien, no vienen autos y el guarda sigue atento a su celular. La casa de Herminia es de un celeste viejo rematado con frisos blancos, las rejas son negras, me gusta, temía, tengo que ser sincero, que fuese un chalet o un dúplex, o tuviera en el jardín un león descansando o un angelito sobre una fuente. En la vereda un árbol inmenso - luego me daré cuenta que es el más alto de toda la cuadra -, caracolea con su tronco y la copa sobrepasa sin esfuerzo los cables de la luz en varios metros. Más adelante –cuando comienzo a volver- un sauce llorón me obliga a mirarlo y a fotografiarlo. En la esquina de Paraguay me detengo y miro hacia la casa, "A veces sueño con mi tía Herminia. Está en la puerta de casa... Aguarda hasta que llego a la esquina y me doy vuelta. Sonríe...", es el epígrafe de la novela, pienso que quizás estuve en esa esquina desde donde ves que ella te mira, es decir, en ese recuerdo, es decir, en ese sueño que soñabas y que quizás seguís soñando. Caminando me encuentro con el almacén de Paraguay y Chile, luego con el club Español, la plaza de Ameghino y Gelly Obes, todos lugares donde podés haber ido a comprar un kg de azúcar, donde tal vez pueden haberte besado, donde quizás hayas incluso bailado. De pronto otra vez Gaona, el semáforo detiene autos y colectivos, yo cruzo la avenida corriendo porque el semáforo libera el tránsito. Al llegar al otro lado de Gaona siento que salí de un cuento, siento que salí de tu cuento.