viernes, 30 de diciembre de 2011

30 de DICIEMBRE

Es día de semana, también es época de fiestas, el motor de un tractor convive con el teclado de la máquina y el canto tardío del gallo que protesta por el alboroto. El abuelo observa a su nieto, el abuelo se detiene, se corretean y revuelcan en el pasto húmedo. El parque está descuidado y me parece escuchar una pala que trabaja la tierra allá atrás en la quinta, pasando el molino.


Finalmente el travesaño de las hamacas que tanto tiempo resistió a los pequeños, se quebró en la última tormenta, como si hubiese esperado todo lo que pudo, que la casa siguiera trayendo criaturas al mundo, que los padres los fueran introduciendo en ese ámbito del movimiento, en ese balanceo suave al principio y más audaz luego, a medida que los chicos crecían y las conversaciones y los cuentos se nos iban escurriendo de la hora previa a irse a dormir.

He tomado conciencia de que el viento es del sur y arrecia, que las copas de los árboles se balancean, que los pájaros han dejado de trinar y que la noche ha llegado. No obstante yo sigo aquí, sin cielo por ver, sin pájaros por oír, y sin ventanas por cerrar.
En suma, aquí estoy esperando este treinta de diciembre.
Otro año.
Otro.
Un año nuevo.