sábado, 17 de septiembre de 2011

RUEDAS

Ruedas que ruedan pasillo y pieza. Ruedas en el patio. Sonríe, y cuando lo hace, se le escapan ruiditos. Ruedas quietas que hacen ruido. Hablas y ríes, retas, aún tienes el ánimo de marcar los errores, indicas cuándo y cómo. Cuándo se barre, cómo se cocina. Cuándo se rueda o cómo poner el mantel, y no toleras la mediocridad en las ruedas. Ayer rodaste por donde no habías rodado. Rodaste las veredas rotas del barrio, sus cordones abruptos, y a una vecina. Rodabas gente, al sol alto y al día lindo. Rodabas con las manos juntas, y los pies también… juntos. Luego vinieron la farmacia, el quiosco, y tus ojos detuvieron anhelantes las ruedas. Te vi pendiente de alcanzar lo que las ruedas te impedían: una revista. Primero el brazo, luego la mano, después un esfuerzo que no podía dar resultados porque ibas hundiéndote entre las ruedas. Vi tu creerlo posible. La mano, la espalda, las ruedas. Ni siquiera hablaste, no hizo falta. Ni siquiera mirabas, te alcancé la revista. Tu espalda rodaba ruedas, y vos con ellas demorada. Te encontré una mancha en el rostro, luego la rueda comenzó a hacer ruido, una arruga, el freno gastado, el día lindo, las ruedas ruidando igual. Brazos, igual me ruedo sola dijiste y me quisiste mostrar. Me mostraste. Quedé abierto. La boca abierta, el pecho abierto, la pena abierta. Igual sonreías. Para mí sonreías.